lunes, 24 de enero de 2005

Toli y el subwoofer

Todo comenzó durante un ensayo.
Preparábamos el repertorio de un concierto cuando Toli cayó en la cuenta de que su voz carecía de graves.
Era algo que todos los componentes del grupo sabíamos incluso antes de su primer cabreo, en el que todos notamos que para ser un hombre, su voz al gritar en vez de acojonarnos hacía que nos descojonasemos de lo chillona que resultaba.

Yo particularmente creí que era una de esas chorradas que suelta en cada ensayo (como cuando dice que Despedidas debe sonar a éxodo y desolación) que hay que perdonárselas por su niñez difícil [ver Toli y el patinete y Toli, el niño enfermo, de esta misma editorial]. Pero no, el tío se empecinó.

A las dos semanas se enteró en Musical Marcos de que JBL tenía firmado un convenio con Corporación Dermoestética y allí se presentó.

El clavel que le metieron fue muy gordo, más que por la operación de seis horas y los derechos de quirófano, por lo que le subieron los portes del subwoofer desde EE.UU. (al zoquete no se le ocurrió otra cosa que traerlos por UPS...).


No se sabe bien si por el grosor de los conos de los bafles o porque la ecualización se la hizo Juan Martínez -que ya se sabe que es muy orquestero- pero el caso es que Toli pasó de no tener graves a tener un exceso de subgraves.


Lo más curioso vino después.

Como aquí el más tonto hace relojes, alguien pronto descubrió que salir de marcha con Toli era lo mejor que te podía pasar.
Os cuento. El implante del subwoofer se lo hicieron a Toli a la altura de las costillas flotantes. Las ondas acústicas producidas por un altavoz de subgraves mueven bastante aire, y esto produce unas fuertes vibraciones.
Así que si tenías una amiga con un buen par de tetas enseguida se la presentabas a Toli.

Y esta era la jugada: Toli, enfrente la tetuda y alrededor una docena de falsos amigos de la noche observando las ondas pectorales de la susodicha.

El espectáculo era fascinante y digno de un estudio antropológico.


Pero la salud de Toli no tardo en resentirse. Intentábamos que las noches fuesen interminables. Todos le invitábamos para que bebiese más y así hablase más alto. Lo llevábamos a locales donde la música estaba tan alta que los vasos eran de madera (se dio el caso de que la cinta de un sujetador al romperse dejó tuerto a uno de los mirones, que no se enteró de su accidente hasta la mañana siguiente en que notó que la perspectiva de su habitación había cambiado).


Toli en pocos meses había envejecido 10 años. Estaba alcoholizado, la falta de sueño le había provocado cierto grado de amnesia, padecía afonía crónica e incluso le faltaba chispa porque toda su electricidad se la chupaban los 80 watios del subwoofer.

En una aciaga mañana Toli fue incapaz de levantarse. No podía con los más de 20 kgs de su combo pectoral. Así que su madre decidió llevarle a Corporación Dermoestética a hacer la operación de reducción de graves.


Desde aquel día la juerga se acabó. Los bares volvieron a parecernos igual de anodinos que antes del subwoofer. Las chicas podían salir por la noche sin miedo a sentir un terremoto en sus sujetadores. Un par de empresas de artesanía del nogal quebraron y los oculistas dejaron de ingresar millones.


Pero Toli salvó su vida.


Bárbara Casas

Bárbara Casas no era la chica más guapa del Milán, pero sí la más popular.

Llegó con la intención de arrasar. Era algo que había surgido en ella desde la época del instituto, en la que se había sido eclipsada por otras chicas más resultonas.

Así que se decidió ir a tiendas de viejo y a vestir como la más zorra. Comenzó a representar el papel de la más descarada y a tener el mayor número de rollos posible.

Esa actitud, su originalidad, una cierta pose de chica culta y su intelectualidad un poco barata la hicieron, con el tiempo, un personaje carismático en el paisaje de la oscura ciudad.

Comenzó incluso a crecer dentro de ese ambiente y logró desmarcarse de las figuras cercanas, llegando a superarlas e incluso a criticarlas.


Pero un día, Bárbara Casas llegó a ser más grande que el molde en el que vivían ella y sus compañías. Esto no fue soportado por aquellos que habían crecido a su sombra. Así que le quitaron su pasaporte y le impidieron seguir creciendo.


Bárbara cambió. Se echó un novio pijo. Comenzó a vestir de Zara. Y cuando salía por la noche, lo hacía con su chico de la mano. Comenzó a imitar la forma de vestir de sus amigas e incluso se la ve en el fútbol cada 15 días.

Donde antes había actitud ahora sólo hay pose. Lo que antes era original ahora es afectación.

A veces, al recordar el pasado, por un momento, parece que respirar cuesta un poco más.

Música, cultura y 16%

Hace un tiempo, a los Débiles, nos propusieron dar un concierto con motivo de reinvindicar la bajada del IVA que se aplica al precio de los discos.
Al parecer, a los productos musicales se les aplica un tipo del 16% y lo que se pretende conseguir es una reducción al 4% aplicable a todos los "bienes culturales".
El fin que se pretende con esta rebaja es "que los ciudadanos compren cultura".
Como yo no tenía muy claro el concepto de "cultura" lo consulté en el diccionario. Allí se define como "conjunto de conocimientos adquiridos".


Esto me lleva a pensar varias cosas.


La primera sería: ¿se rebajarían realmente los precios de los discos?

Yo creo que no, pero si fuese así no alcanzaría esa diferencia que existe entre el 16% y el 4%. Pienso que ese dinero se lo quedarían las discográficas que, a no ser que me demuestren lo contrario -y nunca lo han hecho- les gusta más el dinero que cualquier otra cosa -incluyendo la música-.


Segunda reflexión: ¿Afectaría esa rebaja a grupos como Los Débiles?

El precio de los cuatro discos en los que aparecemos ha sido de 700 pesetas, 1.000 pesetas, 9 y 9,95 euros respectivamente. Vamos, que por nuestra parte no se puede decir que pongamos impedimientos económicos al acceso a la "cultura".


Tercera reflexión. (Y a la que voy). ¿Tiene esto algún sentido?

En España se venden al año unos 60 ó 70 millones de discos. ¿Qué porcentaje de estos discos pertenece a grupos o artistas "famosos"? Yo supongo que un 90% de los discos que se venden son de artistas con una vocación más comercial que cultural.

Pero de todos modos aceptaré TODO tipo de música como cultura, como conjunto de conocimientos adquiridos. Perfecto, (al fin y al cabo en la definición no se especifica el tipo de conocimientos). Por eso Mein Kampf debe ser también cultura ¿no?, las publicaciones de algún imán sobre cómo tratar a las mujeres, o los manuales de Derecho administrativo pertenecen a nuestro acervo cultural.

Pero, ¿dónde está el límite? Si no podemos discriminar la canción del verano de los conciertos para piano de Mozart y aplicarle a uno un 16% y al otro sólo el 4%, tampoco lo podremos hacer con el resto de los bienes culturales. Me explico: un kilo de patatas lleva un tipo más rebajado de IVA ya que se considera un bien de primera necesidad pero ¿no se necesitan unos conocimientos para cultivar esas patatas? ¿no tiene la patata una historia ancestral desde antes de que nuestros antepasados la arrancasen de la sagrada tierra americana y nos la trajesen en las carabelas junto al maíz y al oro? ¿no hay mil formas diferentes de preparar esas patatas -fritas, como las hace mi madre; rellenas, como las preparan mis vecinas (puedo olerlas... a las patatas); o en esencia de sorbete espumoso, como las diseña Ferrán Adriá-? ¿No hay en esto más cultura que en toda la discografía de Los Inhumanos? ¿Subimos el precio de las patatas al 16%? ¿Dónde está el límite entre cultura y no cultura? ¿No debería buscarse otro criterio un poco menos "difuso" y pretencioso para sacar pasta?

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- Si entendemos la cultura como ese bagaje de sapiencia que vamos acumulando durante nuestro recorrido vital, no puedo evitar que a salte a mi memoria la figura de Don Ramón.
Don Ramón fue un profesor que tuve en mi ya lejana EGB en el colegio Loyola. Él presumía de ser el mejor profesor del colegio y nos repetía insistentemente que siempre que se encontraba con un antiguo alumno al que había tenido que soltar un par de buenas bofetadas, este siempre le decía lo mucho que había aprendido con ellas.

Si tenemos esto en cuenta tendremos que considerar, sin ningún género de dudas, a Don Ramón y a su mano castigadora como un bien cultural de primer orden.

Es aquí donde yo defendería de manera radical una rebaja del IVA para los bienes culturales al 0% y, a poder ser, con efectos retroactivos a mi 4º curso de EGB, para que todas las tortas que me metió me hayan dolido un poco menos.

Toli y el aparcamiento

Hace algún tiempo, Toli tenía muchos problemas para aparcar el coche mientras ensayábamos.
Desde hace unos meses el problema se ha resuelto y Toli es feliz.

Todo comenzó a arreglarse inesperadamente para él en un concierto.
Tocábamos una versión de 091, Nadie Encuentra lo que Busca, cuando un espectador un tanto exaltado y bebido decidió subirlo sobre sus hombros.

Y es que el alcohol es muy malo.

Todo parecía ir bien.
Toli se mostró muy participativo y comenzó una simpática y tambaleante mini-gira de Toli y el borracho que les llevó del escenario hasta la barra y columnas limítrofes con bastante éxito de público.
Pero el alcohol es muy malo y ya de vuelta al escenario, los restos de una botella de Mahou rota y la mala suerte hicieron derrapar al beodo.

A consecuencia del resbalón el pantalón del borracho quedó empapado en una mezcla de Mahou calentorra y ceniza añeja.
El parte de Toli fue un poco peor: la guitarra de su cuñado, con la que tocaba Toli aquel día, una Gibson 335 carísima, reliquia de los 60´, quedó destrozada.

Toli tampoco tuvo suerte en la caída y, quizá por intentar salvar la guitarra o por falta de reflejos, cayó antes con la cabeza que con las manos.
Fue justo en el borde del escenario donde Toli dejó tres dientes, una conexión cerebral bastante importante y lo poco que quedaba de su orgullo.

Aún así Luis y yo nos miramos aliviados: el accidente se produjo unos pocos compases antes de su solo de guitarra.

Desde entonces Los Débiles pasaron a ser un grupo más querido que odiado.
"¡Qué fuerza de voluntad! Sale a tocar en silla de ruedas!"
"Lo que pierden en imagen lo ganan en ternura"
"¡Vaya cómo se curran la coreografía!"
"¿No le molestan los reposabrazos para tocar?"
Eran algunos de los comentarios más oídos.

Luis incluso aprovechó y le colocó unos fuegos artificiales en las ruedas al más puro estilo Kiss.
La pirotecnia debía producirse en la parte guitarrera de "Débiles" pero, siempre se nos olvidaba y como las bengalas caducan a los seis meses y había que aprovecharlas, las encendíamos después del concierto justo antes de recoger.

Los camareros flipaban.

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Pero el golpe no sólo provocó en Toli una hemiplejia, sino que por una de esas extrañas casualidades -como cuando le das un golpe a una bombilla y en vez de fundirse alumbra más-, se le empezó a entender lo que cantaba.

Así que no era extraño que después de un concierto se le acercase alguien para comentar la letra de alguna canción.

Esto lejos de ser un acicate para su persona constituyó toda una tragedia. Muchos de los que se le arrimaban le decían que habían reconocido tal o cual frase.
"Joder, eso es de Calamaro"
"¿Eso no lo canta Dylan?"
"Macho, esa cita es clavada a una de James Earl."
"La estrofa entera de Lapido, hasta el cambio de acorde."

Lo peor fue cuando un sobrino rockero de Pepe Hierro se le acercó tras un concierto casi llorando y le dio las gracias por haber musicado un poema de su tío.
Esto hizo que Toli enrojeciese tanto que llegamos a pensar que se le estaba soldando algún cable de esos de la médula espinal que tenía chafados por la caída y por tantos años de malas posturas en el sofá.

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Desde entonces Toli no quiere tocar en directo, ni grabar discos sólo quiere ensayar.

Luis dice que es porque al final de la calle donde ensayamos, arriba del todo, frente al BlackBerry, Toli tiene plaza de minusválidos para aparcar.