sábado, 26 de diciembre de 2009

Nada

Fue un Sábado del mes de Julio de 2.007.
Yo había llegado de Madrid el día anterior y viajaba en un autobús desde Oviedo hasta Villapedre. Ese día se casaba mi hermana.
Creo que ya a la altura de Querúas o quizás antes, una chica de unos diecisiete o dieciocho años se levantó para preguntarle al conductor si esa era su parada.
El conductor le dijo que no, pero no le aclaró cuál sería, quizás -mi memoria es terriblemente mala- le dijo que esperase a Luarca y que cambiases el equipaje de lado. Tal vez era eso lo que preguntaba la chica, si debía cambiar el equipaje del lado izquierdo del maletero al derecho.
La chica estaba un poco nerviosa, tenía acento de fuera, del sur.
Yo iba sentado en el primer asiento, detrás del conductor.
Creo que antes de llegar a Luarca ella se levantó para volverle a preguntar. El chófer tenía un acento muy marcado de la zona noroccidental -siempre me ha dado la impresión que es como si el aire se les escapase entre los dientes- y la chica no entendía ninguna de las respuestas cortas y rápidas que él le daba. Pero por educación no volvía a preguntar.
Decidí intervenir y hacer de traductor para tranquilizar a la chica.
Cuando salimos de Luarca, la chica vino hasta mi asiento y me dijo que se iba a sentar conmigo. Quizás le pareció que yo fuese la única persona del autobús con la que se podría comunicar.
Me contó que iba a Piñera. Yo le dije que me paraba antes pero que enseguida llegaba su parada, creo que era la siguiente.
Me contó que era -no recuerdo si venezolana o colombiana- y que llevaba unas semanas viajando por Europa. Había acabado sus estudios medios y ahora iba a empezar a estudiar una carrera. Aún no sabía si en España o en su país. Creo que la carrera era medicina.
Había estado en Francia y ahora venía a pasar un fin de semana en casa de unos tíos. Me preguntó si conocía Piñera, porque no sabía adónde ir cuando el autobús la dejase-creo que ella suponía que Piñera sería más grande de lo que realmente es- allí estaba la casa de unos tíos y no irían a recogerla porque decían que la casa estaba al lado de la parada.
Yo le dije que lo único que conocía era la casa de Campoamor -es muy fácil de verla desde la carretera ya que es completamente distinta a las demás del pueblo-. Por los datos que le di resultó que esa era la casa de sus tíos.
Ella no conocía a Campoamor, yo le mencioné lo del mundo traidor y el cristal con que se mira. Ella debió creer que yo entendía algo de literatura y me preguntó si conocía a Carmen Laforet.
Yo lo único que sabía de Carmen Laforet es que se había muerto hacía relativamente poco. Que había escrito un libro que se llamaba Nada -el cual esperaba leer algún día- y que con él había ganado la primera edición del premio Nadal con sólo veintitrés años.
La chica me dijo que Carmen Laforet era su abuela.

Hasta hace unos días no he podido leer Nada. Tengo que decir que el libro no me ha gustado demasiado. El existencialismo o realismo o como se denomine esa literatura triste, oscura, angustiosa de la posguerra no es lo mío. Además tiene ese punto femenino de protagonista que no sabe lo quiere que tampoco me enamora.
Aparte de eso la novela es impresionante, sobre todo si pensamos que está escrita por alguien que seguramente cuando la escribió no tenía ni siquiera los veintitrés años.
Se ve claramente que la persona que escribió esa novela era muy inteligente.

Más de sesenta años después sentando en la primera fila de un Alsa, en algún punto entre Luarca y Villapedre, tuve el lujo de sentir que por obra del legado genético aún perdura el eco de la inteligencia de una persona.
Puedo decir que dos años y medio después de compartir escasos diez minutos con esa chica ta joven, aún recuerdo su educación, su clase y su inteligencia.

Al despedirnos en Villapedre, me deseó suerte. Yo también se la deseé a ella, aunque sabía que ya era una chica afortunada.