jueves, 22 de septiembre de 2005

Carlos y Luis en Burgos

Después de un concierto en el Quinta Avenida de Burgos, Los Débiles -excepto Toli- salieron a dar una vuelta por Burgos.
De vuelta a la pensión, ya de madrugada, Carlos y Luis entraron en la habitación.
Al ver a Toli dormido Carlos dijo “Luis, mira a Toli, parece un angelito”. Luis miró para Toli y sonrió con esa cara de tonto que se queda a los borrachos.
De repente, el mismo pensamiento les invadió a los dos.
En un segundo estaban golpeando sin piedad el cuerpo que dormía bajo las sábanas.

Toli estuvo cuatro días en coma y desde entonces mea mediante una sonda en una bolsa de plástico que lleva sujeta en un costado.

En los conciertos, tras saltar en la entrada de Mañana, deja un desagradable olor a orina en el escenario.

lunes, 19 de septiembre de 2005

El débil y la cabra

Fue hace unos años. Los Débiles volvían a Oviedo después de tocar en un concurso –el enésimo-, esta vez en Tineo.
Llevaba la furgoneta Chus Lana que por entonces ejercía de road-manager. Era de noche, llovía y hacía bastante frío.
Los concursos de rock son la forma que tienen los ayuntamientos de quitarse de encima la obligación de hacer un programa para el público joven durante las fiestas patronales. Es muy sencillo. No se necesita que los encargados del programa de festejos estén al tanto de la escena. Ni siquiera que entiendan de música pop. Basta con contratar un equipo de sonido y organizar un concurso. Así es como se quitan de en medio la papeleta. Pagan a los del equipo y un premio en metálico al ganador; y por el precio de una orquesta de medio pelo tienen música joven hasta las seis de la mañana. Generalmente nunca hay público.

Por aquel entonces Los Débiles siempre se encontraban más o menos a los mismos grupos. Entre ellos había unos más y otros menos afines.
Los concursos fomentan cierta competitividad que tienen muy poco que ver con la música, o al menos con lo que creo que era la idea de la música que tenían Los Débiles.

El que más sufría estas tensiones era sin duda Carlos el batería. Se unía a su carácter inseguro y muy nervioso aparato digestivo excesivamente delicado. El frío, los nervios, el desorden a la hora de comer, los viajes… todo se juntaba los días de concurso.
Aquel día a Los Débiles, otra vez, les tocó salir de los últimos. Esperaron, esperaron, esperaron, salieron, hicieron su concierto y se fueron.

A mitad de camino, cerca del alto de La Espina, el colón irritable de Carlos no pudo más. Así que hicieron una parada en el primer sitio donde pudieron detenerse al borde de la carretera.
Carlos se alejó del coche lo más rápido posible y en el primer sitio que vio factible se bajó los pantalones.
La escena no era muy agradable para él. Noche cerrada en mitad de ningún sitio, lluvia, frío y cuatro personas esperando a que él terminase de hacer algo que no tenía que estar haciendo. Él sólo quería acabar lo antes posible encogerse en el coche y llegar a casa.

Fue entonces cuando lo oyó. En el otro lado de la carretera. Un ruido como el de un animal que se mueve. Miró y no vio nada. Supuso que sería algún animal pequeño. Una marta o una ardilla. No le dio más importancia, sólo quería irse.
A los poco momentos vio perfectamente cómo, los helechos de la zona en la que había sonado el ruido, se movían. No tuvo miedo, simplemente pensó que allí habría un animal asustado al verle. Se imaginó un zorro o un erizo que al verle a él llegar se hubiese escondido entre la maleza.
Al rato Carlos ya estaba abrochándose los pantalones cuando lo vio.
Entre las hojas de helecho, muy lentamente comenzó a verlo. Era la cabeza de un animal. Un ciervo o un corzo. Carlos se asustó. Pero el animal continuó apareciendo. Lo que vio después es que esa cabeza tenía rasgos humanos y debajo había un pecho de hombre.
La cara era la de un chico joven pero tenía cuernos y pelo que cubría su contorno y llegaba hasta los hombros.
Entonces Carlos se fue de allí. Sin mirar atrás y caminando muy rápido llegó a la furgoneta donde le esperaban el resto de Débiles.
- ¿Ya?
Le preguntó Chus.
- Sí, vámonos.

jueves, 8 de septiembre de 2005

Pesadilla

Ya había oscurecido.
Luis y yo salíamos de una plaza pequeña y entrábamos por una calle muy estrecha.
Justo delante de nosotros iba un señor de unos 60 años paseando un boxer grande (era Nash).
No sé qué fue lo que dije, que Luis, para que el señor no lo malinterpretase, le dio un pequeño empujón en el hombro como gesto cordial.
Al ser tocado en la espalda, el hombre chocó contra la pared del callejón. Se asustó y comenzó a correr.
El perro corrió detrás de él.
Por un momento sentí alivio al ver que el perro era tranquilo y no reaccionaba de manera agresiva.
Pero al instante siguiente supe que iba a volver y atacaría a Luis.
Lo siguiente que pensé fue que lo importante es que no le mordiese en el cuello.
Como en todas las pesadillas y sueños lo que piensas es lo que sucede. De hecho somos los autores, y es así como funcionan.
El perro mordió a Luis en el cuello sin que le diese tiempo a nada más. Lo agarró durante unos dos o tres segundos mientras gruñía.
Luis quedó en el suelo con dos agujeros, de los que apenas brotaba sangre.
Estaba pálido y tenía mucho miedo. No podía hablar.
Le tapé las heridas con la mano y pedí que llamasen a una ambulancia.
La gente miraba sin acercarse demasiado.
Los que venían del callejón pensaban que éramos dos atracadores a los que un perro había dado su merecido.
Los que venían detrás no parecían responder a mis llamadas.
Luis sacó un móvil del bolso. Yo intenté marcar el 112, pero marqué el 113.
Cuando volvía a marcar oí que alguien ya había contactado con algún servicio de emergencias.
Miré a Luis y había muerto.