miércoles, 23 de diciembre de 2009

Ungüentos para la inmortalidad

Vuelvo a casa por Navidad.
Veo en el baño un frasco que pone "babas de caracol".
Pienso en el indescifrable mundo de las mujeres.
Conociendo a mi madre supongo que ese potingue será el último grito del año pasado o de hace dos.
Vivo con otra mujer, que suele estar más al último grito. He asistido al milagro de la Rosa Mosqueta, del  Aloe Vera, de los radicales libres, de la leche de soja, del pilling químico y de mil y un ungüentos que no puedo recordar.
Yo mismo me convierto en víctima y cómplice de esos nuevos productos milagro. Víctima, porque a no ser que quiera oir todos los días una perorata sobre mi dejadez y despreocupación, acabo echándomelos a regañadientes, con un solo dedo mientras dos ojos excrutadores me vigilan. Y cómplice, cuando me veo en la herboristería siendo corregido  por la dependienta en la pronunciación correcta de lo que sea que estoy pidiendo tras encontrarme una nota en la que se me amenaza de muerte si no compro no sé qué bayas tibetanas. (Debo ser el único tipo de Chueca que no sabe pronunciar correctamente Goji, qué le voy a hacer...)

He pensado sobre esto y creo que el problema está en la conciencia de nosotros mismos en relación con la temporalidad.
Me explico.
Nosotros, los hombres, vimos desde pequeños a nuestros ídolos y lo que el tiempo les hacía. Nuestros ídolos solían ser casi todos deportistas.
Primero vimos a Quini, y comprobamos que, después de pasar una determinada edad, cada vez iba metiendo menos goles. Luego incluso, en sus últimos años ya de vuelta en el Sporting, se fue poniendo fondón.
Arconada dejó de ser el portero de la selección.
Vimos como a aquel chico con cara de niño llamado Butragueño los 28 le sentaron muy mal.
Lo vimos en Sanchís y como Míchel cada vez se prodigaba menos en sus carreras por la banda.
Sufrimos que Induráin no pudiese ganar el sexto tour consecutivo. Y lo sufrimos más porque entendíamos que no lo ganase con 33 años, pero no que le ganase un ciclista más viejo que él.
Después vimos envejecer a Romario, a Hierro, a Mauro Silva, a Rivaldo, a Ronaldo, incluso a Ronaldinho antes de tiempo o ahora a Raúl.
Lo mismo se diría de nuestros ídolos musicales o nuestros actores de acción favoritos.

Y como lo vimos de pequeños. Lo admitimos. Nos resignamos al paso del tiempo.

Si cualquiera de nosotros tuviese la oportunidad de tener una foto con Zidane -aquel tipo tan elegante, que metió ese golazo ¡en una final de la "Champions"!- o con Maradona, todos estaríamos felices de poder hacerlo. Aunque hayan pasado 5, 10 ó 100 años de sus míticas acciones. De hecho, Zidane cada día nos parece mejor. Cuando tengamos 50 años ya no será un ídolo sino un mito. Y cuando tengamos 80 ya no será un mito. Será un dios.

Esa es la relación de los hombres con el tiempo. Sabemos que a los 18 años aproximadamente el cuerpo está en su cima muscular (a los 23 en su cima cerebral) y que a partir de ahí comenzamos a envejecer. Sabemos que hasta los 28 años, con entrenamiento el cuerpo puede ofrecer incluso mejores resultados que a los 18 años. Y que a partir de ahí comienza el declinar. En algunos deportes como los de fondo o el ciclismo se puede mantener un poco más y en otros como la natación o la gimnasia deportiva el final es anterior.

Con la mujeres es totalmente distinto.
Se apuntan al gimnasio, practican Pilates y hacen dieta. Evidentemente nada de eso es deporte ni es sano.
Apuntarse a un gimnasio para una mujer requiere dos esfuerzos, pagarlo cada mes y comprarse unos playeros que vaya a juego con un chandal que no sea demasiado antiguo ni demasiado ceñido. Y hacer Pilates NO es un deporte. En el deporte tiene que haber contacto, en su defecto un reloj que vaya contra ti inexorable o mucho sudor. Tirarse en una colchoneta a hacer estiramientos no es deporte. Es sólo hacer estiramientos encima de una colchoneta. Y no me digáis que sufrís mucho haciéndolo. Yo a veces he estado en el baño por un estreñimiento. He sufrido y no he salido de allí diciendo que he hecho deporte. No-es-de-por-te. Vosotras no hacéis deporte. Queréis estar monas, pero no hacéis deporte por el hecho de enfrentarte a otra persona e intentar derrotarla.
En cuanto a la dieta. ¿Pasar hambre en las comidad para hincharse a chocolate y bollería el resto del día? ¿Pero qué mierda es esa? Os habéis comido galletas de vuestra compañera de oficina, el surtido Cuétara del cumple del colega, tres cafés, una manzana y una cosa cubierta de chocolate y rellena de crema que venía en un plástico que habéis sacado de la máquina cuando nadie os veía y luego llegáis al comedor y ¿dejáis el plato a la mitad? No te joroba, con todo lo que os habéis zampao toda la mañana ¿qué hambre vais a tener? Luego, de vuelta a la oficina decís que la comida os ha sentado mal... Y luego por la tarde seguís picando bombones que alguien os ha traído de regalo.

Las mujeres por tanto, no son deportistas. No les gusta. Con la falta de referencias deportivas no les quedan a quien acudir más que a las cantantes, actrices y -temblemos- top models.
El problema, como no, es que las mujeres no se fijan en las cantantes o actrices por lo buenas que son -Edith Piaf, Ella Fitzgerald, Meryl Streep o Diana Keaton- sino por lo buenas que están -Paulina Rubio, Beyonce, Sienna Miller o Jessica Alba-.
En cuanto esas mujeres empiezan a presentar signos de la edad, son olvidadas y sustituidas por otras. No existe la admiración hacia otra mujer si tiene arrugas. Aunque haya sido la mejor en su campo.

Hay casos como el de Demi Moore. Una tía un poco olvidada que de repente reaparece con cuarenta y tantos tancos pero "superbienconservada" y con un novio famoso y joven. De nuevo Demi Moore vuelve a ser una "ídola", hasta que un día aparezca en una revista con un bocadillo que dice AARGH! apuntando a unas estrías en su muslo o a sus patas de gallo.

A nosotros, en cambio, nos da igual lo gordo que esté Ronaldo, lo calvo que esté Corbalán o lo anciano que se vea a Di Stéfano, siempre los veremos igual. Unos ídolos a los que no les hace falta ninguna crema, botox a lifting para que tengan toda nuestra admiración.
Por eso nosotros no necesitamos ungüentos para la inmortalidad.