sábado, 20 de diciembre de 2008

Marcos Macrino

Leo una de las últimas entradas del Diario de Carlos Nonato y me trae a la memoria un episodio similar, que a la vez me trae a la memoria otras vivencias de tiempos remotos.

La primera sucedió hace cosa de un mes. Volvía a casa desde el trabajo. Iba en el metro y estaba leyendo El guardián entre el centeno. Yo no sé si este libro es triste o es alegre. Desde luego el protagonista, en muchos aspectos es mi ídolo.

(Atención: Spoiler [en castellano quiere decir que voy a contar una parte del libro]).
Al principio del libro, el protagonista, un chico al que acaban de expulsar de su colegio, va a ver a su anciano profesor de lengua. El chaval no para de arrepentirse de haber ido, porque el profesor lo recibe en bata y está enfermo. Yo ya estaba dudando si debía o no reírme de todo lo que está pensando el chico, pero me estaba aguantando -el que mató a Lennon era un obseso de este libro y eso impone-. Pero llega un momento en que el profesor le empieza a echar la charla sobre su futuro y el expulsado, que es un tío muy inteligente y muy educado, se pone a pensar en qué pasa con los patos cuando el estanque se congela. Tal como lo cuenta el libro, la situación, lo que piensa el protagonista, lo que se le ocurre... yo ya no aguanté más y empecé a llorar de la risa.
(Fin del Spoiler)

Por un lado yo pensaba que no me debía reir, el sitio no era el más adecuado y la gente me miraba. Y no sé si eran los nervios pero no podía parar.
Además yo soy muy vergonzoso. Así que ahí estaba yo, agarrado a una de esas barras de metal, intentando taparme la cara, todo colorado con la cabeza agachada y la gente mirando al pirado.
Y a su vez por el rabillo del ojo podía ver al ecuatoriano que tenía sentado a mi lado agachando la cabeza para ver el título del libro.

Estas situaciones de risa incómoda son, aunque no lo parezca, bastante jorobadas.

Aquí es donde aparece mi segundo recuerdo. Se llama Marcos Macrino.

Marcos Macrino, era un chico que iba a mi clase con el que compartía los mismos apellidos, por lo tanto nos sentamos juntos desde 7º de EGB hasta 2º de BUP.
Creo que compartíamos el mismo humor gamberro y que ya bordeaba el límite de lo políticamente correcto.
Durante una época nos dio por los nazis.
El tío era un puñetero artista. Las clases en el colegio eran aburridísimas. Un profesor de literatura soltaba una charla de 55 minutos, luego otro de Geografía, luego otro de Filosofía...
El inventó el aprovechamiento artístico de los libros de texto. Cada fotografía de un personaje del libro era convertida en un mariscal del ejército de Hitler. Le pintaba una gorra, un bigotillo, unas insignias de las SS, le ponía un traje y finalmente le dibujaba una esvástica.
Así dicho parece una estupidez, pero ver a Haendel, a Marx, a Simón Bolivar o a Platón como generales nazis era para mearse encima.
A esto se añade que el profesor estaba a dos metros de nosotros explicándonos cosas a las que no atendíamos.
Por supuesto yo le imitaba. Sin obtener jamás ese trazo magistral.

Después vino una época creativa, y un poco más gore.

Comenzó a atravesar con diferentes armas blancas cabezas de la figuras insignes de nuestros estudios. Era simpático ver al Papa Juan XXIII con una espada entrándole por encima de la oreja izquierda y saliéndole por debajo de la derecha mientras un reguero de sangre le machaba la túnica.

Más tarde comenzó la etapa de los cráneos abiertos. Que a su vez fue combinada con las dos anteriores.
Para mí, su obra cumbre fue la imagen de Otto Von Bismarck, con la frente abierta, el cerebro a la vista, una flecha perforándole el cráneo -atisbándose a su vez la flecha por el agujero de la frente- sangrando como un descosido y el ojo izquierdo desprendido de su cuenca y colgándole hasta la altura del pecho sostenido por un fino hilillo sanguinolento.

Yo no sé si lo pasaba bien o mal en esos momentos. Pero ver la cara de Marcos Macrinos, con sus dientes perfectos, los ojos llenos de lágrimas, tirado encima del libro escondiéndose del profesor a la espalda de los de la fila de adelante, es para mí un recuerdo feliz.