lunes, 15 de julio de 2013

Rumbo a Argentina

Que el presidente de España esté metido hasta el cuello en un caso de corrupción de dimensiones épicas es una acontecimiento de por sí difícil de digerir. Pero el problema es que en realidad a ninguno de los españoles nos pilla de sorpresa. No nos extraña lo más mínimo. Lo único que nos llama la atención es que lo hayan pillado de una manera tan flagrante.
Que una nación sumida en una crisis cada día más grave esté dirigida por un corrupto es algo que todos asumimos. Y ese es el problema.
Todos sabemos que los partidos políticos no son otra cosa que centros de poder y corrupción.
Sabemos que el partido socialista no aprieta la cuerda porque hace lo mismo y que Izquierda Unida, cuando no está alentando el asalto de Mercadonas se está repartiendo puestos públicos allá donde gobierna.
El tipo que nos pide tranquilidad, que nos sube los impuestos, que nos pide que no defraudemos, parece que financia su organización dando favores.
Todos saben que las grandes empresas de la construcción en España funcionan así. Del mismo modo que algunos deportes funcionan con el dopaje.
Lo asumimos del mismo modo que el calor en verano y la humedad en la costa.
Estamos más pendientes de cómo Rajoy se va a librar de esta que de asombrarnos ante unos actos bochornos, mafiosos, sin vergüenza. Hechos que atentan contra la civilización, contra la convivencia, contra la igualdad de oportunidades, contra la libertad de otros más productivos a los que se les privó de lo que era suyo o a los que ni tan siquiera se les dio la oportunidad de crearse. Una competición amañada, injusta, sucia, en la que el más inmoral va a ganar.
Y todo eso fomentado por aquellos a los que les damos el gobierno, la confianza. Han formado una mafia de piratas que llevan a nuestra civilización hacia el pasado. Hacia América del Sur. Argentina como referencia.

Hay dos violadores potenciales de los derechos del hombre: los criminales y el gobierno. El gran logro de los Estados Unidos fue hacer una distinción entre los dos: prohibiéndole al segundo la versión legalizada de las actividades de los primeros.
Ayn Rand