jueves, 8 de septiembre de 2005

Pesadilla

Ya había oscurecido.
Luis y yo salíamos de una plaza pequeña y entrábamos por una calle muy estrecha.
Justo delante de nosotros iba un señor de unos 60 años paseando un boxer grande (era Nash).
No sé qué fue lo que dije, que Luis, para que el señor no lo malinterpretase, le dio un pequeño empujón en el hombro como gesto cordial.
Al ser tocado en la espalda, el hombre chocó contra la pared del callejón. Se asustó y comenzó a correr.
El perro corrió detrás de él.
Por un momento sentí alivio al ver que el perro era tranquilo y no reaccionaba de manera agresiva.
Pero al instante siguiente supe que iba a volver y atacaría a Luis.
Lo siguiente que pensé fue que lo importante es que no le mordiese en el cuello.
Como en todas las pesadillas y sueños lo que piensas es lo que sucede. De hecho somos los autores, y es así como funcionan.
El perro mordió a Luis en el cuello sin que le diese tiempo a nada más. Lo agarró durante unos dos o tres segundos mientras gruñía.
Luis quedó en el suelo con dos agujeros, de los que apenas brotaba sangre.
Estaba pálido y tenía mucho miedo. No podía hablar.
Le tapé las heridas con la mano y pedí que llamasen a una ambulancia.
La gente miraba sin acercarse demasiado.
Los que venían del callejón pensaban que éramos dos atracadores a los que un perro había dado su merecido.
Los que venían detrás no parecían responder a mis llamadas.
Luis sacó un móvil del bolso. Yo intenté marcar el 112, pero marqué el 113.
Cuando volvía a marcar oí que alguien ya había contactado con algún servicio de emergencias.
Miré a Luis y había muerto.