sábado, 10 de febrero de 2018

Café, oficina e imposibilidad del colectivismo

Aunque mi familia siempre tuvo una gran afición al café yo no comencé a tomarlo habitualmente hasta hace unos meses.
Recuerdo a mi abuela madrugando sólo para prepararse un café, el olor que dejaba en su casa y la forma reconcentrada en la que se sentaba para tomárselo.
Solía mezclarlo con algo de achicoria. Supongo que sería una llamada del pasado y un sabor al que con los años se acostumbró. En mi pueblo mucha gente lo hacía a pesar de que ya fuese más fácil encontrar el café que la achicoria en la tienda.
Mi madre, hasta que la salud se lo permitió, tomaba café desde primera hora de la mañana hasta por la tarde. Vasos enteros. Como mi abuela, siempre café con leche. Nadie en mi casa se toma el café solo.
Yo no tomé café desde mi primer examen en la facultad. Parcial de Derecho Romano. Toda la noche estudiando y tomando café. Un híper nervioso lo que necesita son relajantes y no excitantes. Tuve que salir del examen (con un profesor acompañándome) al baño a vomitar. 
Desde aquel día hasta hace unos meses los cafés con cafeína que me tomé fueron excepcionales.

Hace varios meses comencé a tomar café de nuevo los días que llegué a trabajar agotado para mantenerme despierto. 
Primero cambié el chocolate de la máquina dispensadora de bebidas por el café y finalmente me uní al grupo de gente en mi oficina que usa máquinas de cápsulas.

Si hay alguien que haya leído este blog y haya vuelto sabrá que desde hace unos años me caí de un caballo, me di un fortísimo golpe en la cabeza, me volví más gilipollas de lo que ya era y acabé convertido en un malvado, feroz, inhumano, insolidario y odioso liberal, individualista, libertario, pro-capitalista... Podéis llamarme lo que queráis. Podéis ponerle prefijos a liberal como neo o ultra a llamarme neocon o directamente hijodeputa egoísta, me lo merezco). También podéis decir que muy capitalista pero seguro que si te pones malo vas a un hospital público, o circulas por carreteras que todos pagamos (yo ya no estoy entre ese todos que pagan hospitales, carreteras y observatorios desde mi conversión).
Reconocidos mis pecado continúo con mi explicación.

Primer fallo del colectivismo. Introducción.
En la oficina había cuatro cafeteras Dolce-Gusto Piccolo. Digamos que dos eran comunes. Cuando yo comencé a usarlas nadie me lo impidió. Nadie, al menos a la cara, me puso ningún problema. Es decir, entre varias personas habían puesto dinero pero el uso era prácticamente libre. Diréis que eso es bueno para mí. No había pagado nada pero podía usarlo más que alguien que las hubiese pagado. Podría ser bueno para mí pero -a mí al menos- no me parece justo para las personas que lo pagaron. Podréis decir que a ellas no les importó. Pero que yo me hiciese mi café diariamente implica un gasto de uso de la cafetera que ellos han pagado y yo no. Aunque ellos o uno de ellos prefiriese que yo no la usase en realidad no me lo podrían impedir. Yo podría usarla cuando esa persona no se encuentra presente ya que están al libre alcance.

Segundo fallo del colectivismo. El uso.
Este es el fallo más grande, comparado con el relativamente poco importante del anterior. En el uso de algo colectivo se premia al que peor uso hace y se castiga al que hace mejor uso. Me explico. Cuando llegué a la comuna cafeteril había dos máquinas. Una de ellas estaba estropeada desde hace tiempo pero nadie se había molestado en llevarla a reparar o siquiera tirarla. A las dos les faltaban un alambre que hay para desatascar la válvula y a las dos les faltaba la peana para posar el vaso. Cuando haces café en este tipo de máquinas suele haber una pérdida pequeña de café por las paredes. Después de usarlas conviene pasar un trapo o servilleta. Nosotros, al lado de la máquina, tenemos un rollo industrial con papel para limpiar. La gente usaba la cafetera y no solía limpiar. Lo que hacía que en las peanas se acumulase restos de café. Como no se limpiaban las peanas el café se pudría y salía moho. Con lo que las peanas acabaron en la basura. Después el líquido comenzó a caer por los bordes de la máquina lo que convirtió la parte de abajo de la máquina en una cosa pegajosa y sucia.
Aparte de esto, la máquina funciona con agua como materia prima que pasa por una cápsula que contiene café o una mezcla de café con leche. Las cápsulas al retirarlas dejan restos en la bandeja que las contiene. Lo cual no se suele limpiar. El agua hay que rellenarla continuamente ya que el depósito de estas máquinas sólo contiene 0,6 litros. Lo más normal era llegar y que el depósito estuviese casi vacío. Lo que se hacía era ir a por agua con botellas y dejarlas cerca de la máquina para recargar. Por supuesto eso no lo hacía prácticamente nadie.
Como la cosa no funcionaba decidieron crear una regulación. Es decir hacer una tabla para limpiar y reponer agua. Esto fue antes de que yo llegase. La cosa no funcionó. Yo siempre veía a la misma persona ocupándose de esos menesteres. Esa persona, que era algo así como el caballo de Rebelión en la granja,  ya no está en el departamento.
A veces se dejaban la cápsula puesta después de usar la cafetera. Otras se intentaba utilizar la máquina sin agua y se llenaba de aire.
En el depósito de la máquina, que es transparente, en las esquinas se podía ver moho verde. Como la máquina tenía uso continuo no era sencillo llevársela a casa para limpiar ese moho con lejía.
Yo dejé de usar esa máquina. La razón no fue porque me tocase a mí reponer el agua. Ni limpiar cuando yo la usaba lo que no habían limpiado otros antes. O porque le tuviese especial miedo al moho. No, no fue por eso. Todo el mundo en la oficina tiene una botella de agua en la mesa que o bien sacan de la máquina o traen del comedor o rellenan en la fuente de agua fría que tenemos. Esas botellas, de las que bebemos a morro eran las que todo el mundo usaba para rellenar el depósito cada vez que se hacían un café. Como el depósito iba a estar presumiblemente vacío lo usuarios llevaban su propia agua. Esto sucedía también en el calentador de agua para las infusiones que hay al lado de la cafetera.

Mi opción fue comprarme mi propia cafetera y usarla individualmente. Vuelta a la propiada privada.

Tercer fallo (amenaza) del colectivismo. Ataque a la propiedad privada.
El colectivista no respeta más propiedad que la suya. Todas estas personas que hace un mal uso de la cafetera comunitaria en su casa suelen tener su cafetera y su cocina impolutas y, en caso de que no sea así, no le importa a nadie, es su problema. Pero cuando ven que alguien tiene algo quieren usarlo cuando no arrebatárselo.
Al principio he dicho que en la oficina había cuatro cafeteras. Una de las comunitarias se rompió. Quedaban tres. Una de las otras tres es de una persona que vio que la regulación sólo favorecía a quien no la cumplía y perjudicaba al que la seguía. Y decidió comprarse una cafetera. Esa cafetera ya empieza a ser utilizada discretamente por el momento por los de la cafetera comunitaria que, o bien les queda mas lejos la común o ven mucho más limpia y mejor cuidada la privada. El propietario por el momento se está callando.

El capital huye.
Con la otra es un poco diferente. La otra pertenece a una comunidad-privada de dos personas. Dos personas se compraron una cafetera y no pusieron problemas a que otras personas las usasen pero siguiendo unas normas. Limpieza después del uso, reposición del agua de una fuente determinada ya que otras daban agua sucia. La cosa funcionó hasta la llegada de una colectivista. Primero decidió motu propio que la fuente más cercana, aunque de agua sucia, podía ser una fuente válida. Esto dio lugar a las primeras desavenencias con las propietarias. Hay que decir a favor del colectivismo, o del asociacionismo, que otras dos personas formábamos parte de esa comunidad y en ningún momento tuvimos problemas. Finalmente esta persona, a pesar de ser avisada varias veces, continuó con sus prácticas con el agua y llegó a rellenar el depósito de esa cafetera con agua de su propia botella. Esto produjo la fuga de capital. La cafetera una mañana apareció en el otro lado de la oficina, como a treinta metros de donde estaba. En una esquina custodiada por una de las propietarias en su paraíso. La colectivista pasó a utilizar la comunitaria, que estaba muy cerca de la comunitario-privada, y allí continúa rellenando con su botellín privado.

El capital se esconde.
Tenía la opción de usar la cafetera comunitario-privada, pero sinceramente me quedaba un poco lejos y por el precio que tiene no merece la pena andarse con tanto cuidado (hay primero que respetar a los demás y luego pedir respeto para nosotros o lo nuestro) y yo tenía la posibilidad de encontrar un hueco para mi propia cafetera. De modo que me compré una. Además, por el asunto de la contaminación y también por hacer pruebas con las cápsulas rellenables, estoy manchando bastante al hacer café. Así que no me gusta andar ensuciando las cafeteras ajenas. Lo que he hecho es meter la cafetera en una estantería y taparla con unos archivadores de modos que nadie me puede decir nada por tenerla en un sitio de archivadores pero tampoco está tan expuesta como para que cualquier botellinero me la pueda rellenar con babas.
Sé que tarde o temprano mi compañera colectivista-yoísta se va a enterar y se va a enfadar porque la va a querer usar.

Sé que el que lea esto dirá que el problema es de mis compañeros que son unos guarretes y que se trata de un problema de falta de educación. Estoy hablando de un colectivo de unas ocho personas. Todos ellos se han formado en la educación pública, como corresponde a su edad y nacionalidad. ¿La solución sería más educación pública? ¿Más años? ¿Más horas? ¿Más asignaturas cívico-sociales? ¿Más horas comunitarias los fines de semana? 
Acaso se podrá decir que es una cuestión cultural. Que si fuesen nórdicos eso no pasaría. Tal vez haya quien piense que una educación nórdica sería necesaria. Menos alumnos, más profesores... No lo sé.
 
Lo que sí sé es que el sentido de la propiedad, el egoísmo (selfishness) y el individualismo son innatos al ser humano. Y luchar contra ellos o pretender negarlos en vez de aprovecharlo es una batalla tan perdida como la guerra contra las drogas, la propiedad o la libertad de pensamiento.