martes, 25 de marzo de 2014

Rincón literario VI

Leídos en los últimos meses:

- Los miserables (Víctor Hugo): Un libro que me costó bastante leerlo por lo duro que es en alguno de sus capítulos. Como toda obra maestra es intemporal y las cosas que cuenta sobre los hombre eran así desde el principio de los siglos y lo serán siempre.

- Crematorio (Rafael Chirbes): Voy a blasfemar y me excuso por adelantado. Vi antes la serie -que me parece una obra maestra a la altura de Los Soprano- y luego leí el libro. El libro es muy bueno. Está escrito por un tipo de una inteligencia y una cultura enormes. Cuenta, a través de diálogos interiores, la vida de algunos de los que podían ser arquetipos del pelotazo urbanístico español que sufrimos hasta el año que empezó la crisis. Pero a mí esa angustia vital, esa desgana, ese dejarse morir que se narra, me acabó cansando un poco. Pido perdón de nuevo.

-  La verdad sobre el mercado inmobiliario (Borja Mateo): Borja Mateo es una mente lúcida que haciendo una análisis objetivo de la realidad ha ido pronosticando todo lo que iba a pasar en el mercado inmobiliario y ha acertado en todo. Un libro que deberían leerse todos aquellos que estén pensando en comprarse un piso y también todos aquellos que se creen que la crisis la produjeron los malvados yankis y sus hipotecas ninjas. De como nuestros políticos nos han mentido durante años en su beneficio. Todo pruebas y datos innegables. Quizás demasiados.

- Descanso de caminantes (Adolfo Bioy Casares): Una especie de diario de este autor argentino que escribe maravillosamente y hacía gala de un cerebro eminente. Lástima que no me entere de entre un veinte y un treinta por ciento de lo que cuenta. Entre argentinismos y referencias a personajes que desconozco me sentí muy perdido muy a menudo. Me apunto alguna de sus novelas para el futuro.

- Himno (Ayn Rand): Mi dosis de liberalismo libertario. Para mí Ayn Rand no es una gran escritora, ni siquiera era una gran filósofa a la manera en la que entendemos a los filósofos. Pero para mí es una gran pensadora y un referente absoluto y original. Himno es una obra romántica al estilo del 1984 de Orwell, pero no está a su altura ni es tan compleja. Repite las figuras que yo ya conocía de La Rebelión de Atlas o El Manantial. Un hombre heróico, genuino y pluscuamperfecto nacido pluscuamperfecto y destinado a la pluscuamperfección. Una chica igual de pluscuamperfecta y un mundo donde se impone la igualdad a la libertad. Como no, gana la pluscuamperfección como no podía ser menos en una seguidora del romanticismo más exacerbado. Mejor el libro por la idea fundamental que desarrolla que por el libro como pieza literaria.

- La vuelta al mundo en 80 días (Julio Verne): Continúo con la recuperación de libros que nunca leí y que debía haber leído. Es una aventura. También hay un súper héroe contra casi todo (en eso se parece a los protagonistas de Himno o Los miserables) que consigue derrotar todo para conseguir su meta. Fácil de leer. En la novela ni rastro de Tico "el campeón". 

lunes, 24 de marzo de 2014

Don Ramón

Tuve un profesor en 4º y 5º de EGB que se llamaba Don Ramón.
No sé cuántos años tendría él mientras me dio clase, quizás unos cuarenta y tantos. A mí, que era un niño, me parecía mucho más mayor de lo que ahora veo a alguien de esa edad.

Contrariamente a lo que sería lo normal, no guardo buenos recuerdos de él.
Don Ramón era un déspota. Una persona agresiva, un hijo de la posguerra. Tenía un punto garrulo. Era machista y misógino. Inculto. Racista. Fanfarrón. Hipócrita. Abusón. Acosador. Bruto. Soberbio. Cobarde. Pelota. Rastrero

En su clase imponía una dictadura del terror dividida en cuatro estamentos.
En el plano superior estaba él que era el caudillo.
Justo debajo de él había un ejército de soldaditos compuesto por pelotas y chivatos.
A continuación venía el pueblo llano.
En el último estrato estaba la chusma -la carne de cañón como él la llamaba-.

Contrariamente a lo que pueda parecer, estaba muy bien considerado por el resto del personal del colegio. O eso parecía.

Don Ramón llamaba a su clase Las bodegas de Soberano, porque era cosa de hombres... ¡Sólo éramos niños de 9 y 10 años!

Recuerdo que en muchas ocasiones me sentía aterrorizado.
Tenía el lema de que todos los que pasaban por su clase debían recibir al menos un bofetón.
Yo no fui de los que más sufrieron sus bofetones así que recuerdo las veces que me pegó. La primera fue en cuarto porque me confundí y en vez de hacer las actividades en la libreta de sociales, las hice en la de naturales. El que estaba sentado conmigo -Mulet- que estaba castigado sin recreo se lo contó a un compañero que también estaba castigado cuando estaban en el baño -Jacobo Martos- antes de que saliésemos y este se chivó a Don Ramón. Además, me castigó sin recreo hasta nuevo aviso. Después se olvidó que yo estaba castigado y me quedé en clase sin recreo durante muchísimo tiempo hasta que un día me vio y se acordó que yo estaba allí y al fin me dejó salir.
Al año siguiente un alumno que lo adoraba -Nacho- y al que Don Ramón en el fondo despreciaba y lo llamaba -Natachito- fue a hablar con el director o no sé con quién para que nos diese también en quinto. Así que no sé si fue por eso o porque se cambió el sistema en el que los profesores daban clase a cada grupo pero nos tocó también en quinto.
Allí me volvió a pegar porque uno de los chivatillos -Jacobo Argüelles, hijo del profesor de gimnasia- me apuntó a mí por hablar tres veces en una semana mientras rezábamos antes de cada turno de clases. (Don Ramón ni siquiera estaba en clase. Era un vago que tenía quien rezase por él, quien le limpiase la mesa y la silla, quien le desempolvase los borradores y le trajese tizas o quien borrase el encerado). Me acuerdo perfectamente de las tres veces. Una vez se le cayó una moneda a un compañero y simplemente me agaché para recogérsela. Otra vez, el que rezaba con él -creo que Julio César- se confundió y toda la clase se rió. Yo, como sabía que Jacobo andaba detrás de mí, simplemente sonreí. Me apuntó. Y la última vez, mientras rezábamos, un compañero -Víctor Hugo- cogió mis libros que estaban en el pupitre y se los llevaba pensando que eran los míos (había que cambiarse de puesto cada dos días para no hacer grupitos). No se podía hacer eso durante el rezo, pero Víctor Hugo era muy buen estudiante y Jacobo -que acabó siendo guardia civil- no se atrevía con Hugo. Yo, que sólo hice un mínimo gesto para que no se los llevase, sí fui apuntado. Creo que me dio tres tortazos. Espero que por lo menos disfrutase.

Una de sus gracias más típicas era la de poner motes a sus alumnos. Si había uno moreno, era "Negrito Lulú"; si otro era desgarbado, lo llamaba "Pastrana"; si un par de alumnos se reían, uno era "Risitas" y el otro "Carcajadas"; el que se apellidaba Iglesias pasaba a ser "Catedrales"... así de gracioso era.
Luego amenazaba con que lo de los motes eran cosas de clase, que no se dijesen fuera.
Han pasado 25 años y muchos conservan esos motes tan desgraciados.

Tenía cierta querencia a decir a veces a sus alumnos que les iba a cortar el "pistolo". No soy psicólogo pero allí quizás asomaba algún tipo de desviación. Incluso hacía la broma con una navajita que tenía para cortar la fruta.

Tenía una vara, que sólo recuerdo que usase una vez con Jaime, al que golpeó cuando dijo que iba a llamar a la policía por pegarle con ella. La llamaba jocosamente "la cariñosa".

Le gustaba contar sus batallas de juventud, en las cuales él siempre era el ejemplo. Y es que él se veía como una especie de superhombre hecho a sí mismo. Si había que pelear, él era el primero. Si había que estudiar, a pesar de las dificultades, era también él primero.
Contaba los kilómetros que había hecho en la nieve para ir a clase o como, de crío otro chaval le había meado en la boca. Pero también recordaba como se defendía usando la boca si era necesario.

Desgraciadamente, no había estudiado tanto como parecía, ya que no tenía el título de magisterio y los últimos años antes de jubilarse en el colegio, los pasó en la portería después de que una inspección lo descubriera.

Se creía un gran profesor. Una vez le soltó una bofetada enorme a un alumno delante del profesor del C (nosotros eramos de 4ºB). No se me olvidará la cara que puso. Se quedó frío. Asustado. Como el que ve una violación pero no hace nada por evitarla.
Solía decir que se encontraba antiguos alumnos suyos a los que había pegado y le decían que esas bofetadas habían estado muy bien dadas.
Un tío mío al que había dado clase me dijo que a él le había pegado porque otro compañero se había chivado. Además, al pegarle, Don Ramón se había pinchado con unos alfileres que mi tío por manía llevaba en las solapas y allí mandó al pelota de turno a hacerle una inspección de la camisa después de haberle pegado.

Era un hijo de la dictadura. Decía que confundíamos libertad con libertinaje. ¡Qué sabríamos nosotros lo que era eso!

Además, muchas veces ni siquiera sabía lo que decía. Era capaz de tirarse media hora hablando del feldespato pensando que hablaba del polipasto.

Espero que haya sido el último de ese tipo de memos hijos de una época oscura y que su maldita raza se haya extinguido para siempre.