domingo, 27 de noviembre de 2005

LA VERDADERA HISTORIA DE TOLI (Parte Primera)

El gran pecado de Toli fue ser un niño enfermo en una casa de padres hiperprotectores.

Cuando Toli nació el médico supuso que ese ser no llegaría a superar las veinticuatro horas de vida totalmente desprendido del seno materno, por lo que no sería persona.
Se equivocó en el cincuenta por ciento.

Toli fue un niño con todo tipo de enfermedades, males y jugarretas físicas. Sus padres, por ello, lo quisieron más.

En cierta ocasión, durante un desfile militar hubo quien lo confundió con la cabra de la legión. El cabreo que su padre se pilló fue tal que, después de darse de tortas con media tribuna sufrió un cólico nefrítico.
No obstante continuó sacando de casa a su hijo y llevándolo a todos los eventos posibles.
En el fútbol creían que era la mascota del Oviedo. En el cine un figurante de cinecito. En el desfile de reyes, un dromedario y en el Día de América en Asturias, la Reina.

Con los años, y para que Toli se integrase en la vida del resto de los chavales de su edad, lo apuntaron a un montón de actividades extraescolares.

Una de ellas fue la música.

Para muchos, Toli era el chico-cadáver del conservatorio dada su extremada palidez y su tendencia a la introversión. Para otros el niño burbuja.

Ninguna madre quería que sus hijos se relacionasen con Toli.
Esto impidió, por expreso deseo de la Dirección, que Toli estudiase instrumentos de viento ya que ningún niño quería compartir boquilla con él.

Así fue como Toli empezó con el piano.

Cuando Toli tocaba, su profesora, al ver las ganas que le ponía pese a todas sus limitaciones físicas e intelectuales, lloraba.
Esto hacía creer a Toli y a sus padres que poseía un especial talento para transmitir sensaciones en temas tristes.
Lo que desconocían es que en el conservatorio sólo se le proporcionaban partituras del tipo “Arre borriquito”, “Pajaritos, a bailar” o el tema de “Vacaciones en el mar”.

Mientras, el resto de los niños tocaba a Brahms, Liszt o Mozart.

Ya llevaba nueve años Toli en el conservatorio y comenzaba a dominar los Pajaritos, cuando decidió que quería cantar.

Su padre decidió que su hijo sería figura en el mundo de la canción.

En el conservatorio hubo dos bajas por stress y tres prejubilaciones.

Entre el niño y sus padres decidieron que si quería cantar todo el mundo debería verlo. Para ello era imposible llevar el piano a todas partes. Así que qué mejor instrumento que la guitarra.

Desde ese momento la vida de Toli cambió.

La primera vez que se puso a cantar fue como el murmullo de un cochinillo el día de San Martín.

Un año de clases de canto y tres depresiones docentes más tarde, el niño seguía en su dinámica de sacrificio.

Sus padres finalmente decidieron seguir el consejo que desde el primer día habían dado sus profesores y lo llevaron al foniatra.

El foniatra se sintió como el doctor que descubrió al hombre elefante.
En su ya histórico informe, el Doctor Sánchez informó al mundo que él había descubierto el caso otorrinolaringológico más asombroso de todos los tiempos.

A grandes rasgos se decía que la construcción de las cuerdas vocales (tenía cuatro, cada una en un tono distinto y todas desafinadas), la forma de la garganta, la segunda dentición en el paladar, el asma crónica y las malformaciones en la lengua hacía que cada sonido emitido fuese un milagro.

Pero, de todas las maravillas de Toli, la más espectacular era la de su insólita reverberación craneal. Fue definida por John Sounder, experto en ingeniería de sonido en entornos cerrados, como la capacidad acústica de la caja de un Stradivarius pero en negativo.

Se llegaron a impartir doctorados universitarios en el que el trabajo de fin de carrera era lograr la masterización de una sola nota (daba igual si era o no afinada) en una simulación del cráneo de Toli.
Nadie se doctoró. Y eso que la NASA invirtió en su proyecto varios millones de dólares.

Pero lo que no pudo la física espacial, lo logró Toli con su empeño y el de su padre.

(Próximo capítulo: Toli se enamora).