lunes, 4 de diciembre de 2006

Arte

Corría el minuto 65 de partido. El Madrid perdía con el Bilbao desde el 35. Sergio Ramos envía desde su campo un pase hasta la frontal del área del Athletic.

Pude verlo en la repetición.
Ronaldo, con mucho cuidado de no entrar en fuera de juego, lanza un sprint instantáneo. Antes de que el balón toque el suelo, lo roza con su pie derecho lo exactamente justo para dejarlo controlado y batir al portero.

Si alguien me preguntase a quiénes más admiro nunca podría contestar que a un catedrático, a un ingeniero o a un notario.
Sé que es necesario trabajar mucho para conseguir esos títulos. Pero siento algo de vergüenza ajena cuando alguna persona se jacta de su posición basada en títulos académicos.
Si hay un director de una escuela, un decano de una facultad o un profesor titular en un instituto, es simplemente porque tiene que haberlo. Hay una plaza que tiene que ser cubierta. Y en el mejor de los casos lo es por el número uno de los que se presentan a ella.
No existía una plaza vacante para un pintor que inventase el expresionismo. Ni para quien compusiese Thunder Road.

No sé cuál es la diferencia entre la inteligencia y el talento, entre la capacidad para crear belleza y la de hacer algo útil.
Supongo que en algún lugar del cerebro de Ronaldo habrá algo que lo haga un mago. Aunque también reconozco el valor del cerebro del arquitecto que sabe construir un magnífico edificio en el que pueden vivir muchas personas sin pasar frío en el invierno.
Pero lo que yo de verdad admiro es la capacidad de esos que, en un segundo, crean una obra de arte. Aunque muchas veces no les cueste ningún esfuerzo.