viernes, 5 de julio de 2019

El Principito

De todos los personajes literarios que he conocido, el Principito es sin ningún género de dudas el que más repelús me produce.
Por chulo, por cursi, por pijo, por ridículo, por pretencioso.
Desde la primera vez que lo leí me pareció un personaje sonrojante. Y eso que yo era un crío.
El relato ya comienza mal. El autor nos cuenta que cuando era pequeño dibujaba una boa que se había tragado a un elefante. Los mayores, que son representados durante todo el libro como seres malvados y sin imaginación, al ver el dibujo pensaban que era un sombrero.
Aunque el autor no dibujase como el culo, nadie con dos dedos de frente se podría creer que una boa se pudiese comer a un elefante vivo. Pero es que encima el elefante ¡está de pie!
A ver chaval, ¿cómo le va a pedir la boa al elefante que levante cada pata si tiene la boca llena? Gilipollas.
A continuación el autor cuenta como conoció al Principito.
Sobrevolaba con su avioneta el Sahara cuando tuvo que aterrizar para arreglar una avería en el motor. Así que sin comida ni agua, jugándose la vida, intentando arreglar una avioneta por sus medios en medio del desierto oye una voz que le dice que pinte un cordero. En serio. Se trata de un niñito rubio que por favor le pide que le pinte un cordero.
Para pintar corderos estaba el aviador.
Se trata de un muchachito solitario a mil millas de cualquier lugar poblado y que no contesta a las preguntas del aviador porque quiere que le pinte un cordero. El chaval se pone tan pesado que el aviador en apuros termina pintándole el cordero.
¿Creéis que se lo agradece? En absoluto. Le dice que lo que le ha pintado tiene cuernos. Que es un carnero. Que se lo pinte otra vez.
El pobre aviador le pinta uno sin cuernos. ¿Le gusta al muchachito? Pues no. Dice que es muy viejo el cordero que le ha pintado. Así que hay que pintarle otro al niño gerontofóbico del Sahara.
Al final el aviador lo apaña dibujando una cajita con agujeros.

El Principito es muy curioso. Siempre hace muchas preguntas. Pero nunca contesta a las que le preguntan a él. Yo lo traduzco en que es el típico cotilla desconfiado. El típico idiota que no comparte información pero quiere saberlo todo de tu vida. Vamos, que no hacía falta irse al Sahara, le bastaba con pasarse por Orense.

El chavalín es un amante de los animales. Los respeta. Pero de un modo raro. No los quiere atar pero sí tenerlos encerrados dentro de una caja. Que viene a ser lo mismo pero con claustrofobia.

El autor del libro va jalonando el libro con una serie de críticas a los adultos a cada cual más manipulada y sonrojante. Pero es igual. Vende una mercancía que se la quita de las manos un sector importante de esos adultos a los que pone verdes.

A continuación hay una discurso dialéctico del Principito sobre hierbas buenas que hay que cultivar y malas que hay que arrancar que yo, la verdad, no sé como interpretar pero que me da un poco de miedo. Ya sabemos que a una persona puede ver en una ortiga un peligro y otra un alimento.

Poco a poco vamos descubriendo la personalidad del chaval. Resulta que tiene ciertas tendencias depresivas. Tampoco parece que albergue mucho sentimiento de empatía con el aviador, que a estas alturas de la narración ya lleva cuatro días en el desierto casi sin agua y jugándose la vida.
Tampoco es especialmente solidario ni trabajador. En ningún momento presta ningún tipo de ayuda al aviador y además le importuna con sus preguntas constantemente y se cabrea como un tonto si no obtiene una contestación que él considera adecuada.

El crío tiene una florecita en su planetita a la que riega con su regadera que no se sabe de dónde saca y a la que tapa con un biombo para que no coja frío. A la flor dominante -que le chantajea emocionalmente- para esa sí que tiene brazos.
No sé pero si la flor representase por un casual a la figura de la mujer, no es que salgan muy bien paradas.
El libro toma un poco de altura, todo hay que decirlo, con las visitas del Principito a los otros planetas. Y eso es porque intervine poco. Como simple observador.
Hay una crítica a las ansias de someter, a la egolatría, al vicio, a la obsesión por poseer.
Ya empieza a cojear cuando llega al planeta del farolero. Podría entender esa figura como un juicio a las labores monótonas, al trabajo en serie, pero no lo tengo claro. Al final se alaba la figura del farolero porque "se ocupa de algo ajeno a sí mismo". No entiendo lo que quiere decir pero me temo que se trata de algún tipo de elogio al altruismo.
El sexto planeta es un crítica a la actitud de vivir más en la teoría que en la práctica. También al  formalismo y al academicismo.
El séptimo planeta que el Principito visitó fue la Tierra. En él se habla de las "persona mayores" con el mismo respecto con el que un nazi podría hablar de los judíos en 1933.
Lo primero que se encontró el rubito al llegar a nuestro plante fue con una serpiente. Como ésta no era un persona mayor aparece como un ser sabio y bueno. No le saco mucha enjundia a su conversación con ella ni a una que tiene con una flor del desierto. Quizás la flor sea la representación de confundir un punto de vista particular con la realidad. O no sea la representación de nada y estoy buscando sentido a un libro sobrevalorado. Que puede que también.
Continúa el viaje del protagonista por el mundo y cual nacionalista comienza a pensar que su planeta, que tenía una flor, tres volcanes y medio baobab, es mejor que la tierra.
Pero hete aquí que se descubre el pastel. El Principito llega a un lugar donde hay muchas rosas. Él, que pensaba que TENÍA la única rosa y ahora se acababa de enterar de que hay millones. Él se creía rico porque tenía la única rosa. Además sus volcanes sólo le llegan a la rodilla, no como las montañas de la Tierra.
¿Qué hace?
Se echa a llorar.
Porque considera que no es un "gran príncipe" como creía.
¿Pero no eras el que no entendías al Rey del primer planeta? ¿O al obsesionado con poseer del cuarto?
Ay. Ay. Principito que se te ve el plumero.
Viene una conversación un tanto confusa con un zorro que no acabo de entender de qué va. Si de que los animales son mejores, de la libertad, de la necesidad de ser dominado, de la amistad, de la cadena alimentaria, del amor, de la diferencia entre valor y coste, de las mascotas, de la seducción, de los convencionalismos sociales, de las buenas maneras, de la infidelidad. No lo sé.
Finalmente el zorro le regala una frase de esas profundamente cursis que se ven repetidas cientos de veces y que si no estuviesen en este libro nadie recordaría:

Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.

(Yo nunca metería un punto y coma ahí. Bueno ni ahí ni en ningún lado. No sé dónde van).

Y parte nuestro rubio personaje con un nuevo concepto de responsabilidad basando en la dedicación.

Llega el capítulo del guardavías. Donde un desorientado Principito, desde su atalaya de falta de necesidades, le pregunta al encargado del paso de los trenes por qué la gente va con tanta prisa. El guardavías le dice que los mayores no lo saben. Van a toda velocidad a todas partes. (La gente va con prisa). Por supuesto de este juicio se salvan los niños. Los adorables niños van con la nariz pegada al iPad, digo, a la ventana del tren. Y eso lo cambia todo. Evidentemente.
El Principito de repente conoce a los niños de la Tierra y sabe que lo realmente importante para ellos son sus juguetes. (Que pensará que no deben ser propiedades).

A ver pijo de mierda.
Los juguetes cuestan dinero. Al menos los que les gustan a los niños. Porque a los niños no les suele gustar jugar con la imaginación. Hay unos tipos que los tienen que diseñar, fabricar, pedir las piezas, ensamblarlos, venderlos, repararlos, publicitarlos, controlar su calidad, empaquetarlos, expedirlos, transportarlos, cobrarlos, retirarlos... Y esos tipos son los que viajan en esos vagones que van a toda velocidad. Porque todas esas cosas no son nada fáciles de hacer. Requieren un montón de estudio previo. Trabajo. Mejora constante. Control de costes. Pruebas. Rediseños y mil millones de cosas más.
La única manera de que todo eso sea creado es a través del trabajo de millones de personas por las que la campaña de navidad no va a esperar. Todas esas personas mayores que permiten que tú tengas un juguete y una habitación y un plato en la mesa y un vestido y un libro y un pupitre y pañales y agua caliente y gafas y una cama y clases de inglés y golosinas y aparato en los dientes son personas mayores que seguramente preferirían trabajar la mitad del tiempo y hacer cosas más agradables como salir a pasear, ver películas o sacar fotos al mar. Pero mientras los bienes nos caigan del cielo o nos los proporcionen los robots -que seguramente tu puta generación no va a diseñar- hay que joderse, levantarse e ir a dejarse el lomo y la salud en trabajos que el noventa por ciento odiamos.
Así que si a ti te alimenta y te viste el universo, mejor te vas a cagar a unos de tus tres volcanes (preferentemente uno de los dos que están activos) y le vas a dar lecciones de vida a tu puta flor pasivo-agresiva.

Viene después la visita a un comerciante con otra de esas ideas críticas pero que no dan ninguna solución. Crítica soterrada al comercio y un error teórico en la resolución.

Continúa el libro con alguna de esas frases digna de un meme de Paulo Coelho:

–Lo que realmente embellece al desierto es el pozo que se oculta en algún sitio...

- Lo que veo es sólo la corteza; lo más importante es invisible...

- Lo que más me emociona de este principito es su fidelidad a una flor. Es la imagen de la rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, incluso cuando duerme...

(Ojo, los puntos suspensivos son todos del original).

– Pero los ojos no siempre saben ver. Hay que buscar con el corazón. 

Que pare ya ¿no? Un poco reiterativo. Yo creo que ya hemos captado el mensaje.

A continuación continúa con el mensaje pro infancia:

–¡Oh! –Dijo el principito volviendo a sonreír– ¡Todo está bien! Los niños lo comprenden todo.

Pues que venga a darle clases de Natural Science a mi hija si tiene cojones.

Le sigue una interminable conversación bastante aburrida que trata de explicar la salida forzada del protagonista a través del suicidio. Esto pretendidamente le da más transcendencia al personaje. Lo convierte en un Jesucristo-Niño extraterrestre. Ya nos ha regalado su evangelio y ahora vuelve a su casa (como E.T. pero en moralista).

Y así es como nos deja el personaje más repelente de la historia de la literatura universal.

Desgraciadamente el poso que ha dejado este libro es tan grande que hay quien lo tiene como un referente. Como un personaje real. Como un Jesusito ateo. Como un Che imberbe. Como un Chom-Sky rubicundo.

El Principito ocupa en la literatura el mismo lugar que Imagine en la música.
Ya estás tardando en hacerte un tatto.