jueves, 28 de diciembre de 2006

Home Cinema (El cine, en casa)

Anoche voy con mi novia a ver la última de James Bond. Hace más de un año (o dos, ya ni me acuerdo) que no vamos al cine.
Aunque hay unas seis ventanillas de venta de entradas, sólo una está abierta. Y la chica se demora bastante. Y hay cola. Y ya es la hora. Total, que entramos tarde y nos perdemos la escena de acción del principio -que suele ser la mejor-.

Ya viendo los títulos de crédito iniciales -muy buenos y con un tema muy adecuado- noto que hay algo que me parece que no me va a gustar.
Sí, es el volumen. Si ayer tenía piedras en el riñón hoy voy a mear arenillas. Madre mía. ¿La gente es sorda? Jooooder. Sólo el tío que lleva el pub de mi pueblo pone la música más alta. Además, como yo estaba en el radio de acción de un altavoz me pasé toda la película agachado por si explotaba.

Continúa la proyección y observó que la gente va al cine a comer. A cenar en este caso. Y son cenas largas. Desde las 22:30 a las 00:50 sin parar de engullir.
A mi derecha tenía una especie de semifamilia monoparental de subnormales (no entendido como Síndrome de Down. No. Subnormales de los de todos los días). Se componía un una puta cría de unos 20 años y de su puta madre de unos 50.
La chica, vestida pijita, tenía el pie puesto en el asiento de delante y chupaba y se zampaba uno tras otro o emanéms o conguitos o mierda de esa.
En un momento -muy al principio de la película- la mierda de guaja se atraganta. Comienza a toser. Cada espasmo de tos era seguido por un trago de agua a un botellín de plástico que absorbía -con los sonidos que produce el plástico al deformarse-. Esto duró desde que se acabaron los títulos del principio, hasta que empezaron los del final.
A ver, hijaputa, si estás malita, vete pa tu casa, o si no, te vas al baño, vomitas y de paso te haces un favor quitándote toda esa mierda que te acabas de tragar.
Pero no, la cabrona decidió amortizar los seis euros y pico de la entrada.
Toda la peli tose que tose, y bebe que bebe. Pero la muy hijadesumadre no paraba de seguir zampando mierda. Joder si estás tan mala no comas, cerda. Y si no estás tan mala, no tosas, pedorra.
Cuando aún quedaba una hora de película, entre la puta niña y su puñetera madre se ventilaron la bolsa de mierdas. Así que la payasa de la madre, decidió que tenía que seguir tocando los cojones.
Coge la bolsa de plástico vacía y se dedica a doblarla. Luego a partirla en cachitos. Y así hasta el final de la película. Yo estaba esperando las escenas de acción para dejar de oír el plastiquito, a pesar de que sabía que cada disparo, era un paso más hacia la esterilidad. Y es que mis testículos ya no están para esos volúmenes.
Qué pena que la tortura está tan perseguida para los que no tenemos la nacionalidad estadounidense, que si no ya le diría yo lo que le iba a hacer con la bolsita, los emanéms y la napia torcida de su cría de mierda.

Podría hablar también de los cambios de temperatura que sufrimos durante toda la proyección, de las lucecitas del pasillo o que el riesgo de infertilidad aumenta exponencialmente si a las altas frecuencias le sumas que alguien te está hinchando las pelotas durante dos horas y cuarto.

Pero lo peor, lo peor, es que mientras yo calculaba la pena por doble homicidio con la atenuante de enajenación mental transitoria, mi chica estaba mirando a un tío que tiene más músculo en el cuello que yo en todo mi ser. Y que, por lo que decía la protagonista, aunque sólo le dejasen su dedo meñique y su sonrisa, sería más hombre que todos los demás juntos.