sábado, 11 de diciembre de 2010

A por ellos...

Ya han caído los controladores.

Los próximos serán los estibadores.

Concierto de Lapido (Sala el Sol 10-12-2010)

Sé que soy muy pesado con Lapido.
No paro de recomendarlo, de citarlo, de nombrarlo, de dedicarle un post tras otro...

El otro día un amigo me dijo que no le interesaba Lapido porque le parecía muy triste.
No me parece mal, es una razón bastante lógica. Lo siento por él, por lo que se pierde. Pero le entiendo.

Realmente no conozco a nadie, fuera de un reducidísimo grupo de amigos con pasado y afinidades musicales compartidas, que ni siquiera lo conozca.

Para mí Lapido es una especie de sueño alargado. Me acompaña desde la época en que los Cero sacaron Tormentas Imaginarias. He ido abrazado a esta música desde entonces. Momentos buenísimos y momentos algo peores. Desde 091 -a los que nunca llegué a ver en directo- y más tarde en solitario.

Quizás la razón de mi enamoramiento de la música de J.I.Lapido sea que en el colegio no tuve ninguna asignatura que me enseñase a vivir. Así que voy aprendiendo como puedo. Y en este aspecto José Ignacio Lapido se me aparece como mi atónito compañero de clase en un mundo absurdo al que ninguno de los dos le hemos encontrado aún el sentido (o lo que sea que debe de tener).

El concierto de hoy ha sido muy parecido al de hace un año.
Ha habido algunas diferencias entre ambos que no me han parecido notables. [Por una vez voy a hacer de crítico musical -advierto que nadie debe tomarse estas impresiones como algo serio-.]
La primera diferencia es que la sala esta vez estaba llena. De hecho no había entradas y he visto a personas negociar sin fortuna (suplicar sería más correcto) con el taquillero para que les vendiese una entrada.
La segunda ha sido el repertorio. Esta vez, basado -evidentemente- en su nuevo disco El más allá.

Por lo demás todo igual. Misma banda. Mismo público, casi todo treintañeros (treinta y muchos sería la media de edad), muchos más chicos que chicas y mucho melancólico de 091. Otros como yo. Yo diría que la gente que va a sus concierto conforman el colectivo clásico que sigue a un artista de culto. Mucha patilla, algún tupé perdido, se conocen las letras de las canciones pero tampoco a niveles de quinceañeras, tienen bastante educación para lo que suele ser un concierto, se les ve tranquilos, no hay casi empujones ni gente que quiera ponerse en primera fila después de llegar los últimos.
Sí he notado que las nuevas tecnologías llevan de la mano actitudes que me parecen difíciles de entender. Tres filas por delante de mí, justo en mi línea visual con Lapido, había un espectador sujetando una cámara de fotos por encima de su cabeza, sacando vídeo durante TODO el concierto. Dos cosas. Uno, ese tipo no estuvo al concierto, se lo perdió por la gilipollez de grabar algo que luego no va a poder ver, porque un vídeo tan movido es agotador de ver -y el tío movía la cámara muchísimo- y porque el sonido no creo que sea una maravilla. Dos, esa gente -había varios como él- tiene que darse cuenta de que detrás de él hay gente que también ha pagado la entrada y quieren ver el concierto.
Otra de las cosas que molestan bastante -y pido perdón por lo reiterativo- es el tabaco. A la hora de concierto, costaba respirar por el calor y por el aire cargado. La gente te hecha el humo a la cara. Además está el hecho de llegar a casa apestando a algo a lo que no quieres oler. Sé que mi aversión al tabaco es un poco cansina, pero creo que en el año 2010 que se permita a la gente fumar -incluso en la calle- donde se encuentre un solo no fumador es una costumbre bárbara. No  me canso de decirlo.

El sonido -esto me da vergüenza porque es una apreciación muy particular y, lo repito, no soy ningún experto- no me pareció bueno. No sé si es la Sala el Sol, el equipo, el lugar en el que yo me encontraba o la sonorización... pero sigo notando el sonido un poco embarullado. El bajo me sonaba altísimo. A veces la guitarra de Víctor Sánchez se pasaba de volumen. La batería, sobre todo la caja, no sonaba definida. Lapido no es un gran cantante en directo. Me parece que algunas veces desafina un poco y que no respeta las melodías (la verdad es que no entendí lo que decía la mitad de las pocas veces que hizo algún comentario entre canciones, parte por el sonido y parte por su acento). Llevar un teclista que toca constantemente ya sea el órgano o el piano, complica mucho la mezcla del sonido a un grupo de guitarras y puede que allí esté parte del problema. Quizás, repito, sea el local o el equipo que tiene.

El concierto comenzó valiente. Paredes invisibles. Una canción de cierre de disco. Tranquila.
Luego le siguieron casi todos los temas de El más allá. De hecho creo -no lo juro- que la única que no tocaron fue Doble salto mortal.
No apareció ninguno de los artistas que colaboran en este último disco: Eva Amaral, Juan Aguirre, Quique González o Miguel Ríos. (Por cierto, la canción que canta este último en el disco, La hora de los lamentos, fue para mí, la mejor del concierto).
Hubo un recuerdo para Enrique Morente al que le dedicaron Olvidé decirte que te quiero.

La segunda parte del concierto se basó en hits de los discos anteriores de Lapido.

Dijeron adiós por primera vez cuando a mí me pareció que llevaban tocando tres cuartos de hora. Cuando miré el reloj era justo el doble.
En la primera tanda de bises comenzaron a entrar más temas de los Cero. Hicieron una segunda aparición y se fueron después de dos horas largas de concierto con una versión larga de Espejismo nº8. Lapido alegó que tenía que madrugar para escribir un artículo para el periódico.
Otros temas de 091 que tocaron y que yo recuerde ahora fueron La canción del espantapájaros, Zapatos de piel de caimán y Esta noche, un tema que funciona muy bien en directo. 
Aunque el público está entregado desde la primera canción, se desata totalmente con las canciones de 091. A veces parece que el grupo no responde con suficiente calor a esa exaltación que tienen delante.
Yo no sabría decir qué canciones me gustan más. Las de los Cero tienen un encanto especial porque tienen esa pátina de himnos que me retrotraen a momentos más juveniles y los nuevos porque supongo que tienen que ver más con mi vida actual.

Una de las formas que yo tengo para saber si el concierto que estoy viendo es "bueno o malo" (válgame el convencionalismo) es que me haga sentir que yo querría estar en una banda de rock.

Y viendo hoy el concierto de Lapido he maldecido que mi falta de talento me haya impedido vivir con cuatro tipos como yo, cargando guitarras y amplificadores y morirme abrazado a unos tambores color champán y purpurina.