domingo, 10 de mayo de 2015

Caprichitos

Ayer hacía un día primaveral en Madrid. Decidí ir con mi mujer al parque del Capricho en la Alameda de Osuna. Ellas no lo conocía y yo sólo lo había visitado una vez sin casi tiempo de pasear.
El parque me parece una maravilla. Tranquilo, grande, cuidado.
Para que esto sea así a los visitantes se nos imponen una serie de reglas. Si llevas un carrito de niños no meterlo en el césped, no entrar con comida, no pueden entrar perros, no arrancar plantas no acceder a algunas zonas ni pisar empedrados.
La historia del parque está en el enlace que he puesto a la Wikipedia. Más o menos (no me lo he leído todo) fue el sueño de una duquesa que compró esos terrenos y los convirtió en una zona de recreo.
Iba yo pensando en lo maravilloso que sería ser riquísimo para invitar los fines de semana a mis amigos y mi familia a un paraíso semejante. Navegar por el estanque, tomar champán en alguna de las construcciones, alimentar a los cisnes o besar a una joven en un templete cuando veo que una de las vigilantes del parque está llamándole la atención a uno de los visitantes.
Él era un hombre de unos 45 años, con chupa de cuero, vaqueros y camiseta negra de algún grupo de rock. Sus otros dos acompañantes, su mujer (o compañera) y un amigo, le esperaban unos metros por delante atentos a la situación.
Al parecer había arrancado algunas flores o plantas y la chica se las había quitado y le había avisado que eso no se podía hacer. El señor contestó que qué consecuencias podía tener y ella dijo que podían expulsarle del parque o si fuese más grave llamar a la policía.
Tras unos segundos la chica se fue y el siguió su camino diciendo en voz alta cosas como que podía darle una pasada en temas de leyes (supongo que sería licenciado en derecho o tendría algún tipo de contacto con ese mundo). Continuó diciendo que estábamos en un estado policial y acabó soltando un improperio contra el Partido Popular (¿?).
Antes, nada más entrar en el parque, lo primero que vi es que, a pesar de las advertencias, los carritos de los niños estaban por el césped.
Los vigilantes no eran seguratas con pistola o porras. La chica llevaba una camiseta que ponía algo así como vigilante y una cinta al cuello con una tarjeta plastificada.

La pregunta es ¿estamos preparados?