viernes, 24 de noviembre de 2017

sábado, 11 de noviembre de 2017

Síndrome de Estocolmo

El otro día discutía en la comida con una compañera de trabajo sobre la existencia de la RAE. Mi posición como libertario es que no debería existir, al menos como institución pública, lo que significa que la debemos de pagar todos obligatoriamente.
En mi opinión el lenguaje es algo que nace de sus hablantes. Es quizás la expresión más popular que existe. No tiene sentido que unas personas decidan lo que es correcto y lo que no. Que te impongan cuál es la manera válida de hablar y cuál no. Del mismo modo que no admitimos que se decrete cuál es el modo en el que hay que caminar o cómo mover las manos al expresarse o cuál es la expresión facial correcta para mostrarse sorprendido.
Yo defendía, por supuesto, la existencia de ese tipo de entes como algo privado que puedan aconsejar, del mismo modo que se puede dar una recomendación sobre el mejor color de zapatos para vestir con un traje azul marino o cómo comportarse en un cóctel de mañana.
De hecho, he visto obligado a consultar ahora mismo en el diccionario oficial que publica la RAE si cóctel se escribe cóctel o cocktail. (Cocktail no está admitido aunque las dos o tres personas que lean esto me hubiesen entendido perfectamente).
La posición de mi compañera era completamente distinta y, obviamente, seguía la línea oficial, la que nos enseñan desde que nacemos. Decía que si no hubiese RAE ella misma en unos años comenzaría a hablar su propio idioma y al final nadie la entendería.
Esta chica tiene dos licenciaturas, también oficiales, y ya ha cumplido los cuarenta.
Supongo que sólo sabe de la existencia de la RAE cuando se difunden esos bulos que dicen que la RAE ha aceptado cocreta o crocreta  por croqueta pero, aparte de eso, no creo que tenga más noticias de su existencia ni haga uso de ella nada más que para pagarla.
La prueba es que mientras me exponía su tesis oficial iba jalonando su discurso con expresiones como "mi día a día" o repitiendo laísmos sin parar.